El 17 de julio de 1618, García de Silva y Figueroa se encontraba por fin ante Abbás el Grande de Irán, enviado por Felipe III como embajador. El rey persa se negó a recibirle y le ordenó que regresara sin una respuesta.
Nada de eso debía importarle a Don García, que aprovechó para realizar uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes de la historia: Persépolis, la antigua y desaparecida capital del Imperio persa.
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