Esta es una novela para comprender. Andric, tomando distancia, de forma clara y sencilla, relata la construcción del puente, protagonista inanimado de la novela, como artificio literario para transmitir su mensaje. Queda un regusto claro al terminar la lectura: entendemos la situación: una realidad tan compleja y un conflicto tan enquistado que nos tenía perplejos, lo clarifica el autor: “… con el pretexto de las creencias, la verdadera pugna giraba en torno a las tierras y el poder…”. El imprescindible odio es arma de poderosos que cuidan sus intereses en un conflicto artificial donde siempre los débiles llevan la peor parte, un conflicto solucionable pues basta “…el peso de la desgracia común unió a todos…” judíos, musulmanes y cristianos: independientemente de las creencias querían vivir en paz.
Los amos cambian. Aunque la situación natural del ser humano es la libertad, aunque con los austríacos “…toda la crueldad y rapacidad estaba cubierta por una capa de decoro…” seguía reinando la injusticia, y de nuevo el pueblo no los quiere pero se adapta, y la razón sigue siendo la necesidad de vivir en paz.
Es necesario pensar, porque es necesario el orden: veinte años de ocupación austriaca es el periodo más largo de paz y progreso, pero sin verdadera justicia y libertad: es necesario el orden pero no un orden impuesto.
Andric quiere que abramos los ojos, que sepamos que algo huele a podrido en Dinamarca y “…somos pobres marionetas…”, de modo que tomen nota: hay que dejar de serlo. Y dos cosas:
Disponen de un enlace con reflexiones que el Premio Nobel Ivo Andric escribió a lo largo de su vida y que están recopiladas en el libro titulado “Señales al borde de camino’”.
Y lean el libro, es imprescindible hacerlo.
Foto: Ana Galán. Pulsa sobre la imagen para acceder al enlace
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